Un relato de OB

con Jack Eyers, atleta paraolímpico

Las máquinas del gimnasio me parecían sintéticas. Quería volver a la pureza, danzar con lo primitivo, encontrar el origen. Entrar en mi ser. Un ser humano siendo humano, enganchado a las endorfinas. Las vacaciones ya no significaban descanso. El verano era el momento de trabajar más duro. Sin días libres, siempre activo. No hacía la maleta: preparaba mi bolsa de deporte.

Presumía de músculos, no de bronceado.

Calor de verano. Sudor de verano. Inmersión total. Al calor del sol. Al calor del cuerpo. Calor, medido en grados de confianza.

Me convertí en mi destino.

Ahora, mi entrenamiento significaba algo. A propósito y con propósito. La lucha siempre fue con mi enemigo interior. Silenciar el ruido. Esforzarse más. Una vez más. Repetirlo. Encontrar el dolor y abrazarse a él.

Sin piedad. Una máquina de lucha engrasada. Silenciosa y perfecta. Abandonado al olvido. Libertad encontrada. A rienda suelta. Sudor: la prueba de que estoy vivo.

El dolor desaparece con mi sudor. Las gotas caen por la barbilla. La toalla se abraza a mis hombros. La mirada del tigre. Sudor. Brillo radiante. Sigue sudando, sigue resplandeciendo.